El precio de la deuda revela lo que los gobiernos intentan ocultar
La confianza de los mercados en un país se refleja en cuánto están dispuestos a pagar por su deuda. Argentina es un caso clásico de desconfianza crónica, y ahora Francia enfrenta un escenario inédito que pone en jaque su reputación financiera.
El comportamiento de la deuda pública se ha convertido en el termómetro más preciso de la salud económica de los países. Cuando los bonos se encarecen y los rendimientos suben, significa que los mercados exigen más por prestar dinero y, en consecuencia, perciben un mayor riesgo. En Argentina, los altos rendimientos se convirtieron en una señal permanente de falta de credibilidad.
Sin embargo, lo que sorprende hoy es la situación de Francia. Los bonos a 10 años superaron el 3 % y se acercan peligrosamente a los de Italia, históricamente considerados más riesgosos. El spread entre ambos se redujo a apenas 0,14 puntos, un nivel inédito desde la crisis financiera global. Con una deuda que ya equivale al 113 % de su PBI y que podría trepar al 118 % en 2026, el país dejó de ser visto como un prestamista seguro. Moody’s ya degradó su calificación, mientras que S&P y Fitch mantienen perspectivas negativas.
El problema radica en un gasto público estructuralmente elevado, con beneficios sociales que se sostienen gracias a un endeudamiento creciente. Según analistas, si Francia no aprueba el paquete fiscal de 44 mil millones de euros previsto para 2026, la reacción de los mercados podría ser inmediata y severa.
Los ejemplos internacionales abundan: Grecia, que tras ocultar su déficit terminó con una quita del 50% de su deuda, o Zambia, que en 2021 destinó más al pago de intereses que a salud y educación. La lógica es universal: si no hay confianza en que el deudor cumplirá, el crédito se encarece o desaparece.
Para Argentina, esta realidad es aún más evidente tras su historial de defaults. Para Francia, representa un golpe a su imagen como potencia europea y amenaza con debilitar un pilar del proyecto comunitario. En ambos casos, la enseñanza es la misma: los mercados no se guían por discursos políticos ni símbolos culturales, sino por la sostenibilidad fiscal.
La credibilidad, al final, es el único activo que garantiza financiamiento. Y el precio de la deuda, con crudeza y sin adornos, es el que dice la verdad que los gobiernos prefieren callar.