El día que Internet murió con el ciberataque global que paralizó al mundo en pocas horas

Un hackeo masivo afectó simultáneamente a plataformas clave como Gmail, Spotify, Amazon y Microsoft, dejando sin conexión a millones de personas en más de 60 países. La magnitud del ataque reveló un inquietante escenario: ¿podemos vivir sin Internet?
Lo que comenzó como una falla menor se transformó en una crisis global. Una app que no cargaba. Un asistente virtual que no respondía. Correos que no llegaban. En menos de una hora, los sistemas digitales de medio planeta colapsaron.
La caída fue generalizada. Google, Amazon, Microsoft, Spotify, Discord, Zoom y muchas otras plataformas dejaron de funcionar. Lo que parecía una coincidencia técnica terminó siendo confirmado: un ciberataque masivo dirigido a las infraestructuras críticas que mantienen vivo el ecosistema digital.
Las agencias de ciberseguridad activaron alertas internacionales. La presidenta declaró que aún se desconoce el origen exacto del ataque, y que se está investigando. “Es muy difícil rastrear su punto de inicio”, señaló, mientras los servicios comenzaban lentamente a restablecerse.
NetBlocks reportó interrupciones severas en más de 60 países, con una caída del 30% en el tráfico global en solo tres horas. Los usuarios, sin saber lo que ocurría, intentaban retomar su día a día. Pero sin Internet, incluso las tareas más simples se volvieron imposibles.
Gmail y Google Drive quedaron inutilizables. Microsoft Outlook y Teams dejaron sin comunicación interna a miles de empresas. Amazon Web Services, que aloja gran parte de las aplicaciones móviles, servicios bancarios y sitios web, colapsó por completo. Spotify, YouTube y los asistentes virtuales quedaron mudos. Algunos bancos digitales no pudieron procesar transacciones.
La razón de este colapso no fue solo el ataque en sí, sino la concentración de servicios en pocos proveedores. La mayoría de las plataformas dependen de tres grandes nubes: AWS, Google Cloud y Microsoft Azure. Un ataque o una falla en cualquiera de ellos puede provocar un efecto dominó global. Eso fue exactamente lo que pasó.
Hablamos con Daniel Rivas, sociólogo especializado en tecnología, quien advirtió que este incidente fue, sin querer, una especie de ensayo general para un colapso total. “El mundo moderno perdió sus sentidos durante unas horas”, explicó. “Nuestra memoria está en documentos digitales. Nuestra voz, en asistentes virtuales. Nuestra movilidad, en mapas y apps de transporte. Todo lo que antes hacíamos con herramientas humanas, hoy lo hemos externalizado a la nube”.
El impacto fue más profundo de lo que muchos imaginaron. Sin correo, sin plataformas de trabajo, sin acceso a contenido ni a servicios básicos, millones de personas enfrentaron la pregunta más inquietante del día: ¿y si mañana se apaga todo?
Incluso quienes intentaron continuar con su rutina encontraron obstáculos. Las apps de ejercicio no funcionaban. Las recetas digitales no estaban disponibles. Las compras online quedaron suspendidas. Hasta los medios de comunicación online colapsaron. Solo quienes tenían sistemas alternativos, o aún usan medios análogos, pudieron sostener su actividad.
El especialista señala que el verdadero problema no es técnico, sino estructural. “Dependemos de sistemas centralizados y privados. Si se cae uno, se caen miles. Y la mayoría no tiene un plan B”.
Ante esto, los expertos son claros: no estamos preparados para un apagón digital prolongado. Sin respaldos físicos, sin conocimientos básicos fuera de lo digital, y sin protocolos de emergencia, la mayoría de los usuarios —y muchas empresas— colapsarían en cuestión de días.
Nuestra relación con la nube se ha vuelto invisible, pero no por eso menos frágil. Los datos que usamos a diario no están flotando en el aire: están almacenados en servidores físicos, dentro de centros de datos manejados por empresas privadas, en jurisdicciones que muchas veces desconocemos.
Este 12 de junio fue una advertencia. Una grieta que mostró lo dependientes que somos del sistema digital global. Y también, una oportunidad para repensar cómo nos preparamos para la próxima vez. Porque, si algo quedó claro, es que puede volver a pasar.